Silencio. La vida parece dormida a lo largo del camino. Ha llegado el invierno y con él la sensación de que hasta el alma va a congelarse.
Con el estómago vacío y los huesos a flor de cuero se para frente a mí un perro, cuya imagen es un certificado de pobreza. Me mira, lo miro. Sus ojillos tristes se cargan con una chispa de esperanza y mi corazón parece recobrar el latido. Me mueve la cola, estiro mi mano aterida hasta su cabeza sarnosa y ocurre el milagro en la oquedad de la tarde vacía.
Y nos vamos caminando juntos, inmersos en el bullicio de alegría de las almas que por fin se encuentran.