Navidad

Estaba oscuro y hacía frío.
Yo trataba de entibiarme con la oveja que se había acurrucado a mi lado , cuando la vi: navegando las rutas del cielo, con su porte majestuoso, imponente como siempre, dominante como siempre.
Se detuvo en el poniente y lanzó su rayo turquesa hacia la cueva, como en una mirada tierna y curiosa. El infante recién nacido rió con una carcajadilla metálica. Levantó la cabeza y me miró con dulzura. En esa mirada se llevó mi esencia, la sabiduría del nuevo mundo y la eternidad.
Me abracé a la oveja y la besé en el belfo, después me dejé llevar por el haz de luz que me depositó en la sala de mandos.
En un gesto de orgullo infinito, de jactancia superlativa, encendí las luminarias de la nave y construí en el cielo una estrella gigantesca, que haría historia, demarcando el lugar donde estaba, ahora, el Hacedor de la salvación del mundo.
Y después dirigí la nave hacia el infinito y desaparecimos en el espacio, rumbo a la posibilidad de otros belenes en otros universos.

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